Una reflexión, respecto a la Acusación Constitucional, en contra del ministro Ávila. “Bastaría con investigar la vida personal de cada uno de los “profetas” de la moral, para dejarlos en evidencia ante la ciudadanía. Sabemos de algunos que enarbolan la bandera de lo moral y para efectos para legislar por Chile, resultan inmorales”.
La percepción colectiva de que Chile, políticamente es un país polarizado, no sólo es un hecho tangible, sino que el énfasis que agregan los partidos, especialmente de oposición, agravan esta sensible, grave y riesgosa mirada de la opinión pública.
Hay demasiados problemas en el país, que el Presidente Boric, intenta manejar, para que la atención continué centrada en disputas y acciones de bajo calibre republicano, concepto secuestrado por un partido del mismo nombre, que bajo pretexto de la instauración de una estructura formal de extrema derecha, le hace, precisamente, un flaco favor, al sentido republicano que ha imperado por, al menos un par de centurias en el país, con la alianza acomodaticia y pendular de algunos sectores de derecha que, sin respetar el pulso ciudadano, el progresismo sin partidismo, terminan por imponer su propio criterio, más que lealtad con sus propios partidarios.
Estamos en la víspera de una acusación Constitucional en contra del ministro de Educación, Marco Antonio Ávila. Y, al grano, de no despejarse aspectos estrictamente administrativos de su gestión, ésta será la primera AC, con carácter homofóbico, por la condición de genero del Secretario de Estado, que parecía sepultada, tanto por la misma legislación chilena, aprobada por el propio Parlamento que lo acusará, sino que por experiencias mundiales, que no solo aceptan la diversidad, sino que la elevan a un estatus constitucional, de respeto.
En Chile, no. En la previa se han escuchado aberrantes declaraciones homofóbicas, que son tanto o más graves que los aún débiles argumentos de esta Acusación Constitucional, según expertos.
La Cámara de Diputados, especialmente los sectores conservadores de derecha extrema (con inoportuno poder en el país), deben considerar a estas alturas, más que una reflexión estrictamente dogmática, que estarán obligados a aclarar al mundo (en lo que no los creo capaces), si el Parlamento de Chile, es o no homofóbico, aspecto que prioritariamente se ha mencionado en el debate previo.
Sería un retroceso, un arcaísmo a estas alturas, porque nadie ha acusado en las instancias del poder del Estado, a quienes defenestran, sin pudor (Araneda-Cordero) a una autoridad, persona, servidor público (aun con errores), con destemplada mención a un ser humano. Sería, en Chile, volver a la Edad de Piedra, que no sólo hacen elocuente las dos mujeres mencionadas, sino que seudo conservaduristas, que en sus propias familias han violado los principios que hipócritamente defienden en el hemiciclo.
Bastaría con investigar la vida personal de cada uno de los “profetas” de la moral, para dejarlos en evidencia ante la ciudadanía. Sabemos de algunos que enarbolan la bandera de lo moral y para efectos para legislar por Chile, resultan inmorales.
No estoy a favor ni en contra del ministro, que sí deberá responder por eventuales errores en su gestión. Estoy en contra de los hipócritas, de un sector del Parlamento mediocre, ordinario, insultante, de elocuentes falacias, indignos finalmente de tener un escaño en uno de los principales poderes del Estado.
Florcita Motuda, por ejemplo, cantaba, era excéntrico, pero no insultaba flagrantemente. Ahí hay una diferencia entre los kamikazes ideológicos en la Cámara, que no trepidan en golpear al adversario y la prudencia que corresponde al sentido republicano que por siglos ha imperado en nuestro país.
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