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Camila y Carolina: Cada una tiene su peso y trayectoria propia que las llevan a ser cartas atractivas para las izquierdas que gobiernan hoy
Para nadie es un misterio que en La Moneda coexisten dos almas. Es lógico, por lo mismo, que cada una tenga una candidata presidencial. Nos guste o no, esa carrera ya está abierta. En el polo derecho, es sabido que José Antonio Kast está lanzado hace varios años, y cada vez es más elocuente que Evelyn Matthei apunta a asegurar aquella nominación esquiva por el lado de Chile Vamos.
Como están en el Gobierno, el caso de las izquierdas es diferente. Bajo el techo de palacio, las dos ministras más importantes –la ministra de Interior, Carolina Tohá (Partido por la Democracia, de centroizquierda) y la vocera Camila Vallejo (Partido Comunista)– miran de reojo la oficina de su jefe. Pero el camino es difícil: deben lidiar con los problemas del día a día, con el tráfago de la contingencia y con la imprevisible negociación cotidiana para sacar adelante una agenda que se ha ido complicando.
La existencia de dos potenciales candidatas en el gabinete manifiesta una disyuntiva política más profunda. No por su mera existencia (varios gobiernos han debido enfrentar situaciones parecidas), sino porque a cada una de ellas subyace una tesis política distinta. Las almas en tensión en el Ejecutivo se manifiestan en la manida pretensión de gobernar con un pie en La Moneda y otro en la calle. El propio presidente Boric ha intentado caminar por las dos vías en simultáneo buscando, a la vez, un tono institucional y de acuerdos, y otro de megáfono y manifestación. Como aquella serpiente que se persigue a sí misma, devorándose la cola, combinar ambas dimensiones es virtualmente imposible. No se puede ser presidente y líder del movimiento social. Elegir es renunciar, diría mi madre.
Algo similar ocurre con las ministras Tohá y Vallejo. Cada una tiene su peso y trayectoria propia y específica, que las llevan a ser cartas atractivas para las izquierdas que gobiernan hoy. Tohá, hija de un exministro de Salvador Allende, joven vocera contra la dictadura y parte del riñón de la Concertación que gobernó a Chile desde 1990, representa lo que queda de la centroizquierda de los cuestionados 30 años; herencia que ellos mismos han dejado caer, presas de la crítica de la generación que los sucedió. Aunque, hay que decirlo, es una concertacionista atípica: siempre miró con buenos ojos la aparición de la nueva izquierda.
Arrojada a la primera línea de un Gobierno que hacía agua en materias políticas y de seguridad, ha tenido varias semanas ásperas. Casi en soledad ha debido enfrentar discusiones duras, como la ley de usurpaciones o aquella que penaliza el porte de combustible en protestas. Tohá juega mano a mano contra la oposición, expuesta a los errores (como hablar de “usurpaciones pacíficas”, un lapsus que encendió todavía más la discusión). Pero también ha debido enfrentar los ripios de su propio Gobierno: a fines del año pasado, mientras negociaba un acuerdo transversal en seguridad, el presidente Boric indultó a 13 condenados por delitos cometidos durante el estallido de octubre de 2019. Sobra decir que la mesa negociadora fracasó producto de que el Gobierno jugaba a dos bandas en temas de seguridad. Tohá ha debido convencer –con escaso éxito– no solo a la oposición, tarea ya difícil, sino también a los propios, particularmente al Frente Amplio (o Apruebo Dignidad, como se llamaba la abandonada coalición que unía al FA con el PC).
Esta es, de hecho, la sensibilidad que representa Camila Vallejo, la de aquella izquierda que vio en las protestas una oportunidad para desmantelar el entramado institucional. El Partido Comunista fue uno de los opositores más duros de Sebastián Piñera, pidiendo su renuncia apenas iniciaron las movilizaciones, negándose a trazar la línea que divide a la política de la violencia, así como a firmar aquellos acuerdos que hicieron posible una salida institucional a la crisis. No se puede criminalizar la protesta social, repiten como mantra, aunque eso implique dejar sin sanción el vandalismo, el saqueo, el pillaje y otras formas de violencia. También fueron quienes más tensionaron la conmemoración de los 50 años del Golpe de 1973, logrando incluso la renuncia de Patricio Fernández, designado por Boric para conducir el hito. A diferencia de Tohá, Vallejo no juega mano a mano con nadie: da vocerías muy cuidadas, electivas, da las noticias positivas del Gobierno y no se enreda en polémicas. Esta es la razón de que levantara suspicacias el anuncio de su viaje a China como parte de la comitiva presidencial. El viaje se suma a una seguidilla de ventajas que parecen arrojar luz sobre la preferencia de La Moneda. Porque, más temprano que tarde, hay que elegir. No entre dos rostros, sino en dos formas de aproximarse a lo político, dos formas de comprender el espacio común, dos comprensiones sobre nuestro pasado reciente.
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