Por Laís Pinto de Carvalho, académica de la Escuela de Psicología de la Universidad Tecnológica Metropolitana.
Desde los años 70 se celebra anualmente el Día Mundial de la Educación Ambiental, definido por la Carta de Belgrado que surgió desde el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Ahí se realza la importancia de la educación para construir conocimientos y compromisos que permitan reconocer, enfrentar y prevenir problemas ambientales.
Más de cincuenta años han pasado y los datos muestran que seguimos aumentando las emisiones de gases de efecto invernadero. El último informe del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) presenta datos alarmantes, indicando que el ritmo y la escala de las medidas adoptadas hasta el momento son insuficientes para hacer frente al cambio climático de manera efectiva. ¿A qué se debe la insuficiencia de las medidas adoptadas en las últimas cinco décadas?
Este complejo escenario implica un análisis de las causas de fondo que producen los problemas ambientales. Diversas comunidades originarias y tradicionales llevan generaciones reivindicando transformaciones de las cosmovisiones coloniales, es decir, un profundo cuestionamiento sobre qué es ser humano y qué es habitar la Tierra/tierra.
Desde la cultura colonial-patriarcal, habitamos un excepcionalismo humano. Esto significa suponer que ser un humano es identificarse como una especie protagonista que se caracteriza por una incesante hambre de autosuficiencia, acumulación, dominación y domesticación de la naturaleza. Una especie que habita la Tierra/tierra a partir de relaciones miopes, distraídas y negligentes del entramado complejo y sensible del cual todos los seres somos pertenecientes.
Este excepcionalismo conduce a una crisis civilizatoria de una profunda desconexión y desapego del entramado que habitamos y, en su consecuencia, a pérdidas socio-ecológicas irreversibles.
Producto de ese excepcionalismo humano, el valor de la autosuficiencia conduce a la ilusión de que podemos vivir emancipados de las relaciones con otros seres y la naturaleza. Esta ilusión es fuertemente criticada por las ecologías políticas feministas: “Son las mujeres, los ciclos naturales, otros territorios, otros pueblos y otras especies quienes mantienen y soportan las consecuencias ecológicas, sociales y cotidianas de esta supuesta vida independiente” plantean los autores Yayo Herrero y Verónica Gago (2023).
Dichos saberes nos enseñan sobre la sostenibilidad de la vida, la consciencia de la condición eco e interdependiente de la naturaleza humana, encarnada en cuerpos vulnerables, necesitados de cuidados a lo largo de toda su vida. Cuidados que en Latinoamérica han sido históricamente realizados por mujeres atravesadas por opresiones interseccionales de clase y étnico-raciales.
Reconocer los problemas ambientales sin cuestionar el excepcionalismo humano es peligroso, pudiendo conducir a soluciones únicamente ancladas en un fundamentalismo tecno-céntrico que -si bien- puede afrontar las consecuencias, no transforman las causas de la crisis civilizatoria en la que vivimos y continúan reproduciendo el modelo de acumulación y dominación. Un ejemplo de ello son los mega proyectos de energías renovables y los crecientes conflictos socioambientales en territorios originarios y tradicionales (Hofstaetter, 2023).
El autor Ailton Krenak (2021) apunta a que los pueblos originarios de Latinoamérica nos enseñan que la clave para habitar el fin del mundo es reconocer nuestra interdependencia, desde un lugar de humildad ecológica que nos permita identificarnos como una especie más, en un entramado dinámico y vulnerable. Este entramado nos abre la responsabilidad de proteger la multiplicidad de historias y territorios, en una mayor atención y legitimación de los saberes desde los márgenes, colonizados y subalternizados.
Son saberes que nos invitan a reflexionar sobre Educación Ambiental, en una concientización de que el desafío civilizatorio que habitamos requiere de educadoras y educadores con corazones y mentes nutridos de un compromiso con la urgente y actual crisis relacional, socioambiental y climática. Este compromiso requiere creatividad y ternura para re-imaginar y cocinar otros mundos posibles y plurales, aprendiendo con comunidades indígenas y activistas que curan vidas y tierras, mediante prácticas de generación de parentescos entre especies.
En este Día Mundial de la Educación Ambiental, recordamos que para enseñar y aprender a vivir en un planeta dañado, es nuestra responsabilidad cultivar futuras personas que regeneren historias, vínculos y parentescos.
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