HUMBERTO LÓPEZ CASTRO, es ganador del concurso “Confieso que he Vivido”, con el cuento “EL REGALO”, que reproducimos. La belleza de un encuentro entre el talento innato y la vida misma.
Lo conocí de niño, con su estampa de “profe”, cuando caminaba rumbo a su trabajo, en el “segundo piso”, en el último suspiro de la calle Chillán, en la emblemática población Bellavista de Rahue, Osorno.
Allí, nuestro barrio, en el que vivíamos y compartíamos, las casas tenían su primer piso en el subsuelo y el segundo piso era finalmente la “vitrina”, la que nos llevaba a la calle, donde compartíamos en la esquina y podíamos observar en las décadas del 60 y 70, por ejemplo, el quehacer social de nuestra población. Las micros número 1, sin taxis colectivos, a las chicas del barrio, a este honorable e ilustre hombre que pasaba erguido saludando a los niños, a adolescentes que le mirábamos con respeto, como hasta hoy.
Que bella época.
Qué enormes recuerdos.
Qué ejemplo, donde la austeridad no era sinónimo de pobreza, sino que de emprender con poco, vivir a diario con el kilo de azúcar y unas cuantas palas de harina para el pan. Un vivir honorable, digno sin convulsiones, más allá, como nos enseñaron nuestros padres, de luchar en lo individual y en lo colectivo.
Cada familia allí, en la Bellavista, tenía su propio afán. Pero, cuando era necesario, nos transformábamos en un colectivo fraterno, compartir en Navidad y Año Nuevo; cuando los chicos llegábamos al segundo piso de la última cuadra de la calle Chillán, a saludar a los López.
Y allí estaba Humberto, el “Cato”, (también Ernesto, el querido “Chimiro”) al que los cabros más chicos veíamos mañana y tarde con su estampa: “parece que es un profesor de matemáticas”, decíamos, pero jamás imaginamos, hasta terminar el cuarto medio e irnos a la Universidad, que ese caballero llevaba en su ser una “pluma”, maravillosa, pragmática, certera, como el mejor literato, el hombre pensante que miraba de frente o de reojo. Bastaba con eso para admirarlo, quererlo y respetarlo.
Yo vivía al lado del árbol que se muestra en la fotografía blanco y negro y Humberto López Castro, en la esquina superior derecha, arriba.
Hoy Humberto “Cato” López, sub 80, es ganador del concurso “Confieso que he Vivido” del Servicio Nacional del Adulto Mayor, en la región de Los Lagos. Escribió un cuento, mitad realidad, mitad ficción, pero quizás, su mejor cuento pudiera ser “confesar lo que él ha vivido”, lo que sería un enorme aporte para las generaciones presentes y futuras.
Ha escrito este prólogo uno de los niños de entonces, hoy amigo y compañero de una ruta literaria virtual, que nos ha vuelto a unir, adultos, ya, pero amigos, siempre…
GUSTAVO CID ASENJO, periodista.
PRIMERO, EL VECINO
Luego: Director de www.elgong.cl y www.elgongloslagos.cl
QUIÉN ES
Humberto V. López Castro, nacido en 1944 en la ciudad de Osorno vivió su humilde infancia en el mágico Barrio Bellavista, al borde del entonces bellísimo Rio Rahue.
Sus estudios los realizó en una Escuela Pública y luego en un Liceo Fiscal, donde ya dio muestras de su interés por la escritura, donde incluso entres sus pares y profesores se le conocía como el “Niño Poeta”.
Bruscamente tuvo que salir a enfrentar la vida laboral desempeñándose en diversos oficios hasta que recaló en la oficina de un prestigioso Abogado dando inicio a su larga relación con el mundo de la Justicia, hasta su Jubilación el 2015 en el Tribunal Oral en Lo Penal de Osorno.
Es allí, entre la redacción de escritos y declaraciones de imputados y testigos es donde vio una oportunidad de retomar su afición por la escritura, aunque en un plano más técnico, no menos cuidadoso e inquieto por el idioma, dice.
Una vez terminada su vida laboral se dedica casi como una necesidad vital, de volcar sus experiencias, vivencias y mundos imaginarios al papel, comenzando así una serie de cuentos, relatos y pensamientos que volcó en concursos, talleres y en las redes sociales.
Hoy también, no sólo en el papel, sino que en el ciberespacio.
Ha sido premiado en varios de estos encuentros a nivel local y nacional y actualmente se encuentra en una etapa de revisión de su obra para la concreción de su gran sueño que es poder editar su propio libro.
EL REGALO
Esta es la historia contada por Humberto “Cato” López, sujeto de admiración y orgullo para los osorninos y toda nuestra región.
“Todo este lío comenzó a fraguarse en la sala 3 de los post operados del hospital base de Osorno.
Llegó solo, humilde y desamparado. Le calculé 70 años. Desde mi cama le observé asustado y tembloroso. Esa tarde me impresionó su santa tranquilidad de mirar eternamente al techo blanco de nuestra habitación de este nosocomio.
Al día siguiente, antes de las 8 am pasaron médicos y auxiliares. Allí escuché por primera vez su nombre: Bartolo Cumián Imilmaqui. Durante los dos días siguientes, nada ocurrió de interesante. Mi vecino en un silencio casi molesto, siempre mirando al techo. Por mi parte, como siempre esperando a mi gente que diariamente venía a verme. También esperaba una auxiliar simpática que mediante mis encantos la joteaba sin considerar lo feo de mi situación. Enfermo, cagado y lacho. ¿Qué tal?. Ella tenía el ángel propio de la gente de hospitales que nunca la sociedad les reconoce.
Chata para orinar, nunca antes la había conocido, indignante. Higiene en las partes íntimas que realizan estas ángeles de blanco, donde la dignidad y el decoro se van la misma parte donde la espalda pierde su nombre. La verdad es que no recuerdo cuando Bartolo, por fin bajó la mirada desde el infinito del techo y musitó: “Ud. Tiene cáncer?. Era la primera vez que hablaba, por un momento pensé que era mudo.
Con el transcurso de esta relación, la cual originaria un compromiso que jamás me imaginé (después lo entenderán), mi vecino introvertido y ajeno a mi manera de ser, comenzó a mirar horizontalmente y creo que es ese momento nos conocimos o nos miramos. Como soy un tipo simpático y ameno (humildemente), finalmente, creo que tuvo la confianza de entablar las primeras conversaciones con este seudo sicólogo y oculto inquisidor.
Tengo una gran pena, musitó mi vecino de la sala del hospital, y siguió pensando en voz alta, ¿cómo estará “Bonito”?. Pensé que se refería a un gato o su perro. Sonreí y le comenté, “Ud. parece trabajador de campo!. Me contestó, “Si Sr. Vivo en el sector de San Juan de la Costa. Pero no soy asalariado, tengo tres hectáreas y mi vida es trabajar en mi campo. Hace diez días sufrí un dolor muy fuerte y no pude orinar y fue tanto el dolor que me presente a pedir ayuda en la Posta y aquí estoy”.
Recuerdo que posterior a estas lacónicas conversaciones, en una oportunidad le di mi nombre, dirección y lugar de mi trabajo. La verdad es que no recuerdo detalles de cómo se inició esta extraña amistad con este santo hombre. A la semana siguiente me dieron de alta. Era un momento de alegría saber que me iba a casita en donde los míos me iban atender. Comida a mi elección y con algo de sal. De vez en cuando una chispeante cerveza, obvio sin abusar. Me sentía muy bien y comenzó una etapa en que me olvidé el triste pasar por este mundo de la tétrica araña negra llamada Cáncer.
Creí que nunca más volvería volver a cruzarme con don Bartolo, compañero del Hospital en donde entablamos algunas conversas dado las circunstancias tan tristes de ser enfermos del pabellón de oncología.
Pasó mucho tiempo, calculo tres o cuatro meses, y ya estando en mi casa, llegaron unas voluntarias que ayudan en los hospitales, creo que dijeron pertenecer a las damas de rojo o algo así, y tenían la misión de comunicarme que mi compañero Cumián me trataba de ubicar. Don Bartolo nuevamente ingresaba a mi historia. Este buen hombre había tenido la inteligencia de comunicar el lugar de su domicilio rural. Correspondía a la zona agrícola de San Juan de la Costa. Loma de La Piedra se denominaba su sector.
Como un compromiso de honor me dirigí hacia la zona costera del bello paraje silvestre en pos de Bartolo, ignorando el motivo de su rogativa. Mi historia con mi ex compañero recién se iniciaba.
Observé el bello paisaje salvaje aún, donde añosos árboles majestuosos, eternamente luchan contra el viento Puelche. Observé Coihues, Robles, Alerces, todos ellos protegidos por las abundantes murras y y chuponeras. De vez en cuando helechos enormes donde nace la apetecida nalca. En esta semi selva, aun se pueden observar animales y aves salvajes como cisnes, patos pudúes y zorros. Mi calma espiritual y entusiasmo también me permitió ver el valle verde donde por su vereda corre el rio Contaco donde truchas y salmones son característicos de sus aguas.
En el sector Loma de la Piedra finalmente ubiqué donde vivía mi amigo campesino. Una casa humilde cercada por un alambrado. Observé lanares, chivatos, gallinas y patos.
Después de mucho tiempo volví a ver a Bartolo quien me saludó muy feliz aunque le observé algo pensativo y cansado. Sin embargo, insisto, me di cuenta que mi presencia le alegró infinitamente. Charlamos, creo que como 3 horas. Me ofreció chicha de manzana con harina y almorzamos un rico charqui tipo estofado. En un momento me dijo que el motivo de su invitación era hacerme un regalo en honor a nuestra amistad tan especial. Me sorprendió cuando me relató que su viaje al más allá estaba muy cerca y que su gente se iba hacer cargo de sus 3 hectáreas. Nunca tuvo hijos y solo un hermano que tenía su vivienda colindante a la de él tenía responsabilidad en su escuálida herencia, sobrinas con hijos completaban su corta familia.
Me contó que su preocupación mayor era a quien le iba a dejar a su bestia que lo había acompañado por doce años y que no deseaba dejarlo en el sector por la pobreza de sus pastos incluso falto de agua en el verano.
Sorprendentemente me dijo sin aviso, “Le quiero dejar de regalo a Bonito y mas que un obsequio es un favor para mí. Tengo la confianza que Ud. lo sabrá cuidar tal como yo lo hago. Mi caballo es como un hijo y por ello le pido este gran servicio”. Sin preámbulo ni anestesia explicó el motivo de esta cita.
Primero, me dio risa. Después, francamente y por respeto le argumenté que nunca en mi vida había tenido campo, menos un caballar. Le agregué que no tenía absolutamente ningún conocimiento de cómo convivir y cuidar un jamelgo. “No tengo campo, soy y seré un hombre de ciudad”. Le insistí, ignoro que comen, o cuando se enferman, ¿qué puedo hacer?.
Calculo que esta agradable y llamativa tertulia terminó cuando al acercarse el final del día regresé a Osorno con la promesa de volver a concluir este curioso tema.
A la semana siguiente volví a resolver mi promesa. Don Bartolo parece que nunca dudó de que me iba hacer cargo del bayo, me vio y simplemente con su lógica de hombre sencillo y noble me dijo: “viene a buscar a Bonito?”. De nuevo, mi argumento, “mi amigo, no le puedo aceptar su cariñoso regalo. No tengo donde dejarlo, no tengo campo, no tengo ninguna posibilidad de aceptar su amoroso obsequio”.
Cuando una persona descubre en un hombre noble una pena que sale desde su alma y que sus ojos se les ven brillar, no tienes opciones, no tuve tiempo para seguir argumentando respuestas negativas que jamás iban a ser aceptadas.
Siempre recuerdo mis palabras, casi musitando con la esperanza que no las escuchara Bartolo, que puedo hacer con este hombre noble y correcto?, pensaba. “Bien querido compañero de sala de hospital, amigo de oncología, acepto tu presente. Veré la forma de cuidar a Bonito”. Mi amigo reaccionó con un gran abrazo y casi musitando me dijo: “Gracias Humberto. Me voy a morir tranquilo, me haces un gran favor”. Me pasó su callosa mano y en verdad creí ver en nuestros ojos húmedos conectados, la honestidad, la simpleza del hombre del campo que despertaron en mi alma un compromiso de amor con este digno campesino.
Quedamos en que iría a ir a buscar esa misma semana este raro regalo. Iba a retirar el presente y no tenía idea como arreglaría este manso tete en que me había metido.
Comencé por lo más obvio. Conocer la familia de los corceles. Estudié y me hice asesorar por un veterinario (especializado en equinos), quienes no son muy comunes y su apoyo profesional muy caro. Vocabularios como: familia Équidos, mamíferos de una gestación de 11 meses, donde nace una sola cría, que son herbívoros, de colores tordillo alazán, negro y castaño. Que viven aproximadamente 30 años, de pesos fluctuantes entre 350 y 700 kilos, que toman agua entre 35 y 50 litros al día, que comen hierbas, heno, gramíneas y o afrecho. Que hay caballos pesados o de tiro y los denominados ligeros o de silla. También descubrí que se enferman. Cuando se les observa una orina color coñac y tienen calambres, algo anda mal. En fin, tomé una clase magistral para conocer este hermoso presente de mi amigo Cumián. Pero, ¿qué cresta iba hacer con él?. No tenía ni la más remota idea.
Hablé al efecto con un pequeño agricultor dueño de dos hectáreas quien me dió un dato interesante. Podía conseguirle un forraje a un agricultor vecino del sector de Casa de Lata. Ubiqué a un señor Oyarzún y me dijo que él podía darle cabida en su campo. Del valor mensual quedamos de acuerdo el cual consideré correcto.
El fin de semana siguiente y con el contrato verbal del Sr. Oyarzun me las ingenié en contratar un carrito especial que usan los corraleros para trasladar sus caballares a los rodeos y en una camioneta fui en busca de mi jamelgo donado por Bartolo. ¡Menos mal que mi amigo no tenía elefantes!.
Una vez más viajé a esas nobles tierras llenas de historia de nobles Araucanos Huilliches, y una vez más me maravillé ante tan hermosa y salvaje naturaleza que aunque no se crea es un santuario sagrado para este noble y sacrificado pueblo ancestral. Pude ver pampas secas, lanares y cabríos, escuchar pájaros ruidosos que hacen recordar cantos de miles de años. Tiuques, loros o cachañas, hermosas Loicas etc. En el camino ví correr conejos danzantes que con sus cabriolas increíbles no respetan la física. Tanta belleza indómita que se nos olvida reconocer cada vez que viajamos a la zona costera de nuestra región.
Como un totem sagrado de sus ancestrales y heroicos familiares estaba don Bartolo Cumián Imilmaqui. Cuando llegué a la tranca me miró emocionado y sin mucho parlamento me saludó y acto seguido fue en busca de “Bonito” regresando en pocos minutos. El noble bruto venía atado de un lazo agarrado al pescuezo. Abrimos la puesta del carrito y no hubo mayor problema de ingresar al animal a su encierro con ruedas. Una vez terminado esto me dijo: “Don Humberto, deseo que tengo una feliz estadía mi Bonito. Tengo la seguridad que Ud. lo cuidará como un hijo”. En un acto reflejo me dio un abrazo y agregó: “Mejor me regreso para no hacer más difícil esta despedida”. Le pasé la mano, nos abrazamos y sin más regresé cancinamente por estas tierras polvorientas y llenas de historias y costumbres añosas en busca del moderno pavimento que unen lo rural con la compleja y acelerada vida de la ciudad.
El relato termina cuando dejé este tranquilo caballar en la zona de Casa de Lata distante a unos 20 kilómetros al sur de Osorno.
De Bartolo supe sin muchos detalles que descansa en el Cementerio de San Juan de la Costa. Su partida fue muy dulce, se quedó dormido en plena pampa debajo de un Pehuén.
Periódicamente voy a ver a este animal al cual veo tranquilo y pastando con una mirada misteriosa, aunque pareciera estar llorando en silencio”
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