La historia se repite: la Democracia Cristiana partida en dos, una vez más
Por Germán Silva Cuadra, opinión en El Mostrador.
Hoy la DC enfrenta quizás su último dilema. El Rechazo encarnado por Matías Walker y Ximena Rincón es un paso definitivo a la derecha, y terminará por diseminarse entre dos partidos grandes, enterrando así una historia ligada a las grandes transformaciones del país. La opción del Apruebo que defiende Francisco Huenchumilla, en cambio, le daría la oportunidad de reconstruirse desde una mirada más progresista y liderar una opción de centroizquierda hoy completamente desperfilada. Pero el drama de fondo de la DC es su falta de proyecto político. ¿Qué es ser de centro o un partido confesional hoy? Nada o muy poco.
Lo que le está ocurriendo a la Democracia Cristiana no es una historia nueva. Es más bien una especie de déjà vu. De seguro está en su naturaleza, porque la verdad es que la opción por el “centro” (ese espacio ancho y delgado a la vez, que nadie tiene claro qué es, pero del que muchos se sienten parte, desde Rojo Edwards hasta el PPD; algo similar a la autodeclaración de “clase media”, que llegó a incluir a Piñera) siempre los ha mantenido en un limbo en que se han terminado desfondando para ambos costados. Además, el apellido “cristiano” parece ya no ser un atributo ni convocar como antes, ni menos resulta relevante para la sociedad chilena. Por lo que hoy no les queda más que eso del «centro». Es decir, tienen muy poco de donde afirmarse.
Su primer gran quiebre fue en la década de los 70, cuando la sociedad chilena vivía una ebullición ideológica profunda y que derivó en el nacimiento del MAPU y la Izquierda Cristiana. La DC era entonces un partido fuerte, jugado con los cambios de la sociedad –como la Reforma Agraria–, progresista y con líderes tremendos, como Frei Montalva. Pero el partido logró superar el cisma y se mantuvo como una de las colectividades más fuertes y representativas del país durante décadas, incluida la dictadura, caracterizándose por su posición firme y decidida, y donde su apellido “cristiano” –por el rol que cumplía la Iglesia– le ayudó mucho. Claro, en paralelo sufría su segundo quiebre, de menor envergadura, con un grupo de dirigentes y militantes que se pasaron sin problema a la derecha y se sumaron a la dictadura. Fue un costo menor, pero una señal importante.
Hacia fines de la dictadura de Pinochet y comienzos de la transición, la falange seguía siendo un partido importante, quizás el más importante y grande de todos. Personajes de la talla de Gabriel Valdés o Manuel Bustos proyectaban una colectividad progresista y comprometida con los cambios. Ahí vino el gran desafió para la DC: dirigir un país dividido y convulsionado por los 17 años de dictadura. Y tuvo que hacerse cargo de dos grandes mochilas. Una sociedad autoritaria, individualista, una economía feroz que protegía a unos pocos, y los dolores y efectos profundos de las violaciones de los Derechos Humanos. Pero, además, tuvo que conducir a una coalición heterogénea y diversa –eran 17 partidos al comienzo–. Aylwin –un gran Presidente– tuvo que lidiar con senadores designados y los ejercicios de enlace de Pinochet, lo que lo obligó a inaugurar la política de “lo posible”, de los acuerdos. El miedo aún seguía presente.
Después vino Frei Ruiz-Tagle, un Gobierno con gusto a nada o a poco. Pero, en paralelo, la DC comenzaba a perder su identidad. Los grupos más conservadores del partido tomaban fuerza, los empresarios de la falange –partiendo por el propio Mandatario– imprimían ese sello administrativo que después consolidaría Piñera. Se fueron alejando de la gente, de los grupos más desprotegidos y el partido empezó a reducirse, no solo en tamaño, sino en lo más profundo que puede tener una colectividad: su identidad.
Luego, en los gobiernos encabezados por los socialistas, pasaron a ser un actor secundario. Con Bachelet llegaron al extremo de confesar, varios años después, que ni siquiera habían leído el programa que llevó a la coalición a La Moneda. Más rápido de lo esperado, la DC se redujo en todos los ámbitos del Estado. Disminuyó su base de apoyo, su bancada parlamentaria quedó en el mínimo, bajó en alcaldes y, de ahí en adelante, todos sus candidatos presidenciales –incluyendo las primarias de la ex Concertación y ex Nueva Mayoría– sacaron resultados paupérrimos, vergonzosos a decir verdad. Para el olvido quedaron las performances de Claudio Orrego y Carolina Goic. El partido en caída libre. La falange en la debacle.
Con Yasna Provoste, la DC tomó un pequeño aire –obtuvo un 11% en primera vuelta–, además de recuperar unos pocos parlamentarios –en 2020, para la Convención solo habían sacado 1 representante–, aunque no fue suficiente. Todo se diluyó muy rápido. La disputa entre los dos sectores que han fracturado el alma de este partido volvieron rápidamente a mostrarse. Similar a “chascones” y “guatones”, la falange se dividió entre los que se atrevieron a apoyar a Boric –los menos– y los que optaron por restarse o respaldar en silencio a Kast.
Y luego vendría el quiebre total entre conservadores y progresistas de la DC. Cuando la Convención comenzó a generar ruido, emergió con fuerza un sector que hace rato está más cómodo en la derecha, encabezado por la dinastía Walker –uno de los hermanos ya fue ministro de Piñera– y la senadora Ximena Rincón, quien demostró que el lapsus ese de que “tomaría palco” –para ver cómo le iba mal a Boric– no era cierto: ha asumido una dura posición contra el Gobierno, y por supuesto, contra la Convención. Walker incluso llegó a actuar de vocero de Chile Vamos, defendiendo la capacidad de “cambiar” de un conglomerado que está tan debilitado como la propia DC.
Hoy la Democracia Cristiana enfrenta quizás su último dilema. El Rechazo encarnado por Matías Walker y Ximena Rincón es un paso definitivo a la derecha, y terminará por diseminarse entre dos partidos grandes, enterrando así una historia ligada a las grandes transformaciones del país. La opción del Apruebo que defiende Francisco Huenchumilla, en cambio, le daría la oportunidad de reconstruirse desde una mirada más progresista y liderar una opción de centroizquierda hoy completamente desperfilada. Pero el drama de fondo de la DC es su falta de proyecto político. ¿Qué es ser de centro o un partido confesional hoy? Nada o muy poco.
A poco menos de un mes de que se entregue el texto final de propuesta de nueva Constitución, el PDC tiene al 60% de sus profesionales por el Rechazo, a sus parlamentarios divididos en partes iguales, a su directiva apoyando el Apruebo, pero con temor a dar el paso. Sin embargo, todo pareciera apuntar a que terminarán, más que sumándose al Rechazo, dando un peligroso e irreversible paso a la derecha. Hoy el relato de los Walker-Rincón no se diferencia en nada al de RN, la UDI e incluso algunos republicanos. Y pareciera que el peso de ese sector es muy fuerte, o bien el silencio de los otros –salvo un jugado Huenchumilla– es muy simbólico.
Y para demostrar la confusión del PDC, ayer domingo Rincón llamó a que el partido entregue libertad de acción a su gente. Sin duda, una manera de no enfrentar lo inevitable: el tomar una posición que deje claro qué rol quieren cumplir en la sociedad y de qué lado quieren estar. Senadora: después de todo, siempre es bueno dar un paso –para donde sea–, para que más de 50 años después no les siga rebotando esa canción de Víctor Jara que dice “Usted, no es na, no es chicha…”.
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