Cumplidos con celeridad los rituales republicanos de Chile, la agenda política de instalación del nuevo Gobierno está abierta, tanto a especulaciones, operaciones políticas y proyecciones de imágenes, consonantes con el clima que acaba de abrirse, cuya duración es una incógnita. Lo positivo es que la tensión previa al acto eleccionario se distendió, y desaparecieron el lenguaje agresivo y la teología del miedo y la descalificación. El ambiente es de llamados mutuos a la unidad y normalidad. Sin embargo, como dice el refrán popular: obras son amores y no buenas razones, señala hoy con realismo de contingencia y haciendo honor al sentido republicano que debe imperar en el país, el diario digital El Mostrador, decano del periodismo digital en Chile, en el marco de su editorial que habla de distensión política, más temprano que tarde, aunque sea circunstancial y de desafíos del Presidente Electo, quien ya destaca por su carácter e ímpetu prudente, como lo dijo recién el propio ministro secretario general de la Presidencia, Jaime Bellolio, quien fue su primer anfitrión en su expectante arribo a La Moneda, ayer lunes.

El resultado de la segunda vuelta presidencial, con la mayor votación histórica del país y una ventaja de casi 12 puntos de Gabriel Boric por sobre José Antonio Kast, consolida una meteórica carrera política del Presidente electo, iniciada hace poco más de 10 años como uno de los dirigentes emblemáticos del movimiento estudiantil. Sus expresiones políticas y el aplomo y ponderación demostrados en la hora del triunfo, lo legitiman e invocan imágenes de un proyecto de desarrollo nacional más allá de la atmósfera de temor de los días previos a su elección.

La aparición de Gabriel Boric Font en la historia nacional como el Mandatario más votado y el más joven, obliga a pensar en él en términos políticos mayores, entre ellos, su capacidad para intuir e interpretar el momento político del país. Para ver cosas de la sociedad y oportunidades políticas que sus adversarios –incluso partidarios– y la gerontocracia de la transición, no pudieron o no supieron ver. Su mezcla de pragmatismo, razonamiento simple, y hablar y actuar directos, aceptando la responsabilidad política de sus actos, y dotándolos de una enorme capacidad para interpretar la sensibilidad de la calle, le dieron el amplio triunfo. Mucha convicción y poco cálculo especulativo.

Todo lo anterior es una señal fuerte de término del ciclo político, que abarca de izquierda a derecha, con amplias tensiones de por medio. 

Cumplidos con celeridad los rituales republicanos de Chile, la agenda política de instalación del nuevo Gobierno está abierta, tanto a especulaciones, operaciones políticas y proyecciones de imágenes, consonantes con el clima que acaba de abrirse, cuya duración es una incógnita. Lo positivo es que la tensión previa al acto eleccionario se distendió, y desaparecieron el lenguaje agresivo y la teología del miedo y la descalificación. El ambiente es de llamados mutuos a la unidad y normalidad. Sin embargo, como dice el refrán popular: obras son amores y no buenas razones

El Presidente electo tendrá significativas limitaciones objetivas en el período de instalación de su Gobierno y el tratamiento que ellas tengan determinará en gran medida la gobernabilidad futura.

Entre las limitaciones, el primer nudo es el Congreso Nacional. En términos políticos, un empate no es un equilibrio sino una simple división numérica entre dos bloques adversarios que determina como punto de partida la inmovilidad. El empate producido en el Congreso Nacional, a partir del 11 de marzo, está lejos de favorecer o implicar un equilibrio o una oportunidad, sino más bien puede transformarse en un statu quo, sobre todo en la relación de colaboración necesaria entre el Poder Legislativo y el Poder Ejecutivo, para el sano funcionamiento del sistema político y el ejercicio de gobierno. 

No es solo un problema de quórums. También lo es de calidad de los bloques parlamentarios y de las políticas sobre las cuales tengan que decidir. 

Un segundo punto es que el Mandatario electo apeló, en la segunda vuelta, directamente al centro electoral en materia de prudencia económica. Sus referencias, de manera inadvertida pero clara, fueron de respeto a las reglas del modelo vigente, aunque con cambios de estilo, al modo socialdemócrata. Orden fiscal, mercado transparente y simetría para los consumidores, control de la inflación (condicionado a gastos urgentes) y aceptación del modelo de un Banco Central autónomo. Habló de cooperación público-privada y convergió en un sistema económico y social de mercado, con regulaciones que detengan los abusos. 

Una tercera limitación está en La Araucanía, donde el Estado de Chile se ha omitido desde hace décadas y es un bastión político de la derecha, pese al clima de violencia autonomista que la domina. Hoy se ha normalizado el uso de estados de excepción para asegurar un elemental funcionamiento institucional y social. Y en ello se involucró directamente a las Fuerzas Armadas, pese a ser un problema de orden público interno y que compete a las policías. 

El recurso más abundante para enfrentar este problema está siendo el uso de la fuerza. Ilegítima e ilegal de parte de los grupos mapuche más radicalizados; legítima pero desproporcionada y carente de un plan político viable, por parte del Estado. En la perspectiva de escalada que parece tener el tema, las FF.AA. aparecen como un argumento de gobernabilidad que no es tal, y que sería malo para el país mantener, pues las pondría ante un rol que no les compete y las daña en su doctrina.

El tema migratorio y la realidad delictual del país, los problemas de segmentación de barrios y seguridad, más los de vivienda, son asuntos urgentes, aunque la escasez presupuestaria y la falta de mecanismos objetivos de inserción social hacen que su solución sea muy difícil. A su vez, el colapso de las policías, especialmente de Carabineros (de sus mandos y de la inteligencia policial), deja instrumentos muy precarios en manos del Estado frente a la delincuencia.

Bandas organizadas han precarizado la vida cotidiana, infiltrado comunidades sanas, ejerciendo un control territorial por medio de la delincuencia y la violencia, lo que será uno de los grandes desafíos del nuevo Presidente. 

Frente a todos estos problemas, y, por supuesto, muchos más, existe un elemento que no se puede obviar: las expectativas de la población. Y todo indica que la sensibilidad de la calle llegará con Gabriel Boric a La Moneda, aunque solo el tiempo, las urgencias políticas y las circunstancias, darán la respuesta entre tranquilidad y satisfacción o nueva o más frustración.

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